Puno, la ciudad del Titicaca, está a casi 400 kilómetros de Cuzco, nos trasladamos por tierra, sin contratiempos experimentando la connivencia entre la gente humilde, de campo, y la autoridad por temas de migración entre los vecinos de Bolivia y de Perú, -nada diferente a las relaciones migratorias en nuestro país pues observamos a una Doña, incentivar a dos rapaces polis que de forma condescendiente recibían el cochupo- igual nos pareció interesante observar a las personas desde el punto de vista antropológico, su comportamiento, su interacción, la forma de comerciar ropa y vianda. Tan morenos y pequeños como los yucatecos pero sin la alegría de éstos, más bien callados y desconfiados. En esta experiencia fue imprescindible masticar hojas de coca para evitar vahídos y dolores de cabeza pues es imposible no sucumbir a la factura de andar a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar. Puno es una ciudad ubicada al sureste de Perú, se le conoce como la “Capital Folklórica de Perú” debido a su rica cultura y tradiciones andinas, y por su cercanía al majestuoso Lago Titicaca, el de mayor altura sobre el nivel del mar en todo el mundo.
El mayor atractivo turístico y antropólogo es el ídem el cual comunica a los países de Bolivia y Perú. Sus habitantes, los Uros, sobreviven en pequeñas islas flotantes amasadas con totora, una especie de caña o bambú, cazan para vivir y elaboran artesanías para sobrevivir.
Generaciones actuales de Uros tomaron la sabia decisión de vivir en el pueblo, otros, los menos, en los pequeños fangos atenazados con la totora como lo hicieron sus antepasados.
Escribió el ingeniero César Garza, “¡Ancianos! Con respeto me dirijo a ustedes en esta fría noche con el Padre Titicaca y la luna de testigos. El Inca ha llegado a nuestras tierras, expandiendo su Tahuantinsuyo, seguramente nos someterá, lo sabemos, son guerreros implacables; por el poder, por el placer, por el tributo que los hombres del mundo habremos de pagar a otros hombres hasta el fin de los tiempos en este universo y en cualquier otro. Ya vienen, se adueñaran de nuestras tierras, de nuestros animales y viviendas, insultarán a nuestros Dioses, humillarán a nuestros guerreros, profanarán nuestros templos y cementerios, tomarán a nuestras mujeres y se encargarán de que no los olvidemos en mil y un años. Nosotros, los hombres de sangre negra, si queremos mantenernos libres habremos de internarnos en el lago, al principio será difícil ancianos pero del Padre obtendremos todo lo necesario. Cortaremos la totora todos los días para formar nuestro suelo, será también nuestra casa y nuestro sustento, la leña que calentará nuestras chozas y nuestros cuerpos en las frías noches y con ella formaremos hilos, cuerdas y nuestra ropa, nos distinguiremos entre todos los hombres por formar una tierra libre de la opresión Inca, viviremos del fruto del lago todas las lunas que sean necesarias. Seremos conocidos entre los pueblos como los hombres del lago, construiremos islas flotantes, nos agruparemos en familias para ayudarnos los unos a los otros, tendremos un jefe por isla que ordenará las tareas a realizarse de sol a sol. Construiremos cientos, ¡Miles de islas! Tantas como sea necesario, nos acostumbraremos a que el suelo se hunda bajo nuestro peso, a la humedad y al frío y que éstos se mezclen en nuestros huesos y nos paralicen más pronto que a cualquiera. No pisaremos tierra firme mientras existan hombres que se crean superiores a nosotros, los Uros, quienes hablamos un idioma que ningún otro hombre conoce porque así lo quieren los Dioses. ¡Ancianos! La sumisión es imposible, vayamos, naveguemos en nuestras balsas antes de que el enemigo llegue y nos martirice, adentrémonos en el Titicaca, confiemos en la cuna de Manco Cápac y Mama Ocllo, padres de estos guerreros que hoy regresan para someternos con la brutalidad que los caracteriza; vamos ancianos den la orden, queremos ser libres como el Cóndor, como el Puma y como la Serpiente. -los tres animales sagrados en la cultura Inca- Por la libertad viviremos en el lago hasta que sea necesario“.
Epílogo
El Imperio Inca, al igual que los Azteca y Maya, predominaron y cultivaron Mesoamérica muchos años antes de la conquista, si bien del imperio Inca quedaron solo ruinas -no así en los imperios Azteca y Maya- pero con sólidas y enormes piedras que todavía hoy sorprenden a los más avezados ingenieros y arquitectos por la forma simétrica de apilarlas sin argamasa, solo con la técnica del sillar, para el preciso ajuste, -¿cómo le hacían para cortar de forma exacta estas piedras gigantes?- al igual que la inclinación de los vértices para mayor seguridad y afiance de las rocas. Los desniveles del área verde también se ajustaron de forma escalonada para obtener mejor provecho de la tierra y del agua.
Así pues, Cuzco y su excepcional belleza, así como la riqueza del Valle Sagrado y la magia de Machu Picchu; y también lo inverosímil de los Uros y su comunión con el lago Titicaca, todo en conjunto reverencian el conocimiento y respeto por la tierra, el agua, el aire y el fuego.
AGV
